Crónica de Agora-bar

Carteles

La jornada musical empieza a media tarde cuando quedamos para cargar el material en los coches. Laboriosamente los vamos enfilando uno tras otro hasta llenarlos de amplificadores, equipo de luces, instrumentos, equipos para voces, atriles, …no todo es darle a las cuerdas.

El ánimo es bueno. Somos conscientes de que hemos ensayado menos de lo que hubiéramos deseado durante la semana, sin embargo tenemos la confianza y la seguridad necesaria. El sitio nos ofrece el reto de no ser un local del circuito de actuaciones y así ver la reacción de un público que se va a encontrar con nosotros tocando allí.

Al llegar al sitio comprobamos la facilidad para descargar las cosas y montar el escenario, principalmente por ser todo a nivel de suelo. asimismo se va creando una cierta expectación incluso por parte del personal del garito: para ellos también debía ser algo insólito ver como 5 tipos les montaban semejante “tinglao” cual japoneses en huelga de celo, hasta quedar todo encajado. Debieron sentirse aliviados al comprobar que al final aún les quedaba disponible algo de local para la clientela.

Después de las pruebas y los ajustes la gente va llegando para quedarse: son los que nos siguen porque nos conocen, algunos amigos, algún familiar, el que pasaba a tomar algo y se queda a ver de que va eso, los vecinos que también prefieren no ver Eurorrisión en sus casas, el que toca en un grupo y siente curiosidad por ver a unos «aliados» suyos…

El momento se acerca. El dueño del local, cada vez más animado, aprovecha para anunciar una rifa y presentarnos, o al revés, o sólo presentar una rifa…, uno no se entera ya casi de nada cuando estás a punto de ponerte ahí a tocar.

Comienza la actuación y nos vamos soltando a medida que pasan los minutos. Vuelven las sensaciones de tocar con público: las miradas que se te clavaban languidecen con los primeros aplausos hasta ser tú el que escrutina la actitud del personal. En este caso la participación del público a los coros fue notable en un par de temas muy conocidos, hasta el punto de sorprendernos y, por supuesto, agradarnos mucho.

Debemos agradecer la buena acogida de la gente, lo abiertos y extrovertidos que pueden ser después de ser sometidos a un buena dosis de decibelios. durante el concierto podías ver desde la típica ama de casa, agitando la cabeza al son de la música a lo Ángel del Infierno, hasta el reservado padre de familia que se arranca despidiéndose proclamando a lo alto lo mucho que le han gustado los «Camemberg»!!.

En definitiva una buena experiencia que termina con el desmontaje, el transporte de vuelta, y el postpartido con una copa en el pueblo. Toda la jornada estuvo salpicada de muchas risas y sensación de camaradería. Es un concierto que nos ha permitido rodarnos de nuevo, afirmarnos en que estamos creciendo y que merece la pena seguir mejorando y ampliar repertorio para contactar más aún con el público.

 

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